martes, 21 de julio de 2020

Opinión pública


Para Walter Lipfmann, todo el edificio de la democracia se apoya sobre la opinión pública. ¿Por qué se le dice "opinión"? ¿Qué la hace "pública"? ¿Y qué relación tiene con el gobierno?


La opinión pública como tal hace referencia, en primer lugar, a cosas de naturaleza pública. Es decir, algo accesible de forma libre para todos los ciudadanos del pueblo (de ahí viene "transporte público", "servicios de salud pública", etc.). Desde su uso histórico, este concepto está asociado sobre todo a cuestiones políticas. La gente tiene opiniones sobre muchas cosas, pero específicamente estamos tratando las cosas públicas, las cosas que hacen a la organización y gestión nacional. Por ejemplo, el debate en Argentina sobre la legalización o no del aborto es una cuestión que hace a las políticas públicas. Ahora, ¿por qué "opinión"? ¿Por qué no "conocimiento público" o "voluntad pública"? Lipfmann señala con sencillez que, muy literalmente, se trata de opinión. Opinión como la de un taxista que propone cómo resolver los problemas del país mientras se toma una cerveza fría. El autor habla, por lo tanto, de una democracia como gobierno de opinión y de un gobernar fundado, también, en la opinión. ¿Cómo vemos esto en la vida cotidiana? Cualquier conversación en vísperas de elecciones visibiliza que muchísima gente ni siquiera tiene en claro por qué vota a quien vota. Quizás vote a uno porque le parece macanudo o no vote a otro porque leyó en Facebook que es un reptiliano. A esa clase de opiniones se refiere Lipfmann.

La política, la comunicación (y la comunicación política) tienen muchísima relación, por lo tanto, con la capacidad de crear, cambiar y reproducir opiniones de forma masiva en una sociedad. Precisamente porque esto afecta el estado de ánimo de la gente y su predisposición de apoyar o no al gobierno de turno. Nótese, por ejemplo, que discutimos sobre quién gobierna y sobre las políticas de gobierno, pero no sobre la forma de gobierno.

¿Cómo se forma la opinión pública? Para el autor, hay tres posibilidades:
  • Cascada (de arriba para abajo; de la clase dominante a los dominados)
  • Ebullición (de abajo para arriba; cuando es al revés)
  • Identificación con los grupos de referencia
El modelo de cascada propone que, arriba de todo, está la fuente (los grupos dominantes) y que los distintos saltos de la cascada van pasando por los políticos, los medios de información, los líderes de opinión y, abajo de todo, el público general. Al igual que en un cascada, se presupone que las ideas se van revolviendo y mezclando mientras caen (que no llegan de forma pura hasta abajo). El modelo de ebullición sería exactamente al revés. La identificación tiene que ver con el hecho de que las opiniones de la gente también derivan de pertenecer a ciertos grupos (partidos políticos, religiones, etc.) con los que se identifican. En este último caso (y en relación con el debate sobre el aborto), se puede ver en la posición que ha tenido la iglesia y cómo esto ha influido en la opinión de mucha gente religiosa.

¿Entonces, quién maneja la opinión pública? Para Lipfmann la respuesta es simple: todos y ninguno. En el sentido, por supuesto, de que es un proceso en el que interviene toda la sociedad. No es, además, un proceso mecánico o matemático. el Estado puede usar todos sus recursos e incluso intervenir los medios de comunicación con la idea de generar una cierta opinión pública, pero puede que luego triunfe otra opinión totalmente diferente. Sobre todo en la actualidad con el rol de los medios digitales y de las redes sociales. Un adolescente que hace streams jugando Minecraft puede tener un impacto muchísimo mayor (en un cierto grupo social) que todos los medios tradicionales juntos. Otro lugar donde se puede ver este fenómeno es en la creación de tendencias en Twitter: un tuit de un influencer puede desatar una verdadera polémica capaz de llegar a los noticieros. Incluso los memes cumplen un rol muy importante en la generación y reproducción de la opinión pública.

En resumen: la opinión pública no solo se limita a la capacidad de los medios de información, sino también a las disposiciones del Estado y a las dinámicas que haya entre la gente (la sociedad). La opinión pública ni siquiera tiene que estar basada en evidencias o en información real. Un simple influencer puede crear una bola de nieve que concluya en que muchísima gente piense que una vacuna contra el coronavirus es una excusa para controlarles la mente con un chip. La opinión pública NO es la suma de opiniones de la sociedad.

Resumido de Opinión pública y democracia gobernante, de Walter Lipfmann.

No hay comentarios:

Publicar un comentario